viernes, 7 de diciembre de 2012

La última y nos vamos

Juan Manuel Márquez es un boxeador diferente en muchos aspectos. Principalmente tiene la característica de embellecer el encordado. Tiene cierta aura que ilumina lo que es dentro del ring: un tipo que piensa, que sabe cómo moverse, que escucha su propio ritmo.



Entonces descubrimos que los momentos de dolor [...]

Son también permanentes

Y tienen permanencia igual a la del tiempo.

T.S Eliot


El pasado está cubierto por las corrientes de la acción
El boxeo no está exento de ser visto como un deporte para pobres, y es, en alguna medida, cierto. No conozco a un campeón que no haya tenido la calle como epicentro para su aprendizaje; un cross, enganches, movimiento de cintura contra un adversario: tu propia sombra. Ejemplos hay cientos de ellos, Mike Tyson es un caso particular. Un tipo paranoico, depresivo e inseguro, criado entre Brownsville y Crown Heights no puede estar lejano de “adoptar” un comportamiento distinto, de sobrevivencia. Es difícil no desconfiar del mundo cuando el mundo te ha pateado la cabeza o te ha tupido con un bate en las costillas.

A principios de la década de los años setenta el asentamiento de una población ya urbana en el corazón de Iztapalapa implicó una ocupación de las tierras con fines industriales y habitacionales; fermentó un boom migratorio que empujó a la creación de unidades familiares de bajo costo. Arquitectura-manufactura para la periferia, donde las islas citadinas eran consumidas poco a poco por el entubamiento de los ríos y los canales.

Nunca como en esos años Iztapalapa registró un índice tan elevado de hacinamiento, y la situación, por naturaleza propia, hizo de la zona una retícula delictiva y peligrosa. Hoy, uno de los tantos lotes con forma de trapecio colinda con la Unidad Deportiva Iztapalapa y la Cabeza de Juárez. En uno de esos lotes es donde una familia conformada por más de siete integrantes compartió las contusiones de una región antiguamente dedicada a la vida agrícola hoy industrializada, y que cuenta con problemas severos de abastecimiento de agua, de violencia y pauperización notables. Anclada entre los ejes viales de Canal de Tezontle y Canal de San Juan, persiste la Unidad Habitacional Ejército Constitucionalista, que desemboca en una suerte de trinidad escolar que se derrite en el cachondeo de las minifaldas de las preparatorianas: el Colegio de Ciencias y Humanidades-Oriente, el CETIS número 57 y el Conalep número 196. No hay cultivo pero sí una explosión demográfica que orilla a su más de millón y medio de habitantes al nomadismo, a la ida y vuelta del comercio informal, y a ser parte de una comunidad autoconsumida y regguetonera que se llama a sí misma “flotante”.

No dejo de pensar en la cantidad de basura que se encuentra en cada una de las esquinas de esta unidad habitacional. Mi cabeza no tiene la suficiente fuerza para concentrarse y creer que aquí, entre botellas de caguamas, empaques de condones, comida echada a perder, jeringas, latas de solvente y decenas de bolsas de Sabritas, creció el que hoy es el mejor libra por libra mexicano. Decir “creció aquí” es un eufemismo. La calle dibuja una línea entre el cielo y esto, entre la puerta que cobijó los primeros veintitrés años de vida de Juan Manuel Márquez Méndez y el masticado tabú de la sobrevivencia en un barrio en el que si no bailas, te bailan, porque los dioses aquí no bajan a dar ayuda. Si no es por la fortaleza de las piernas o la capacidad nata que se tenga para acertar un puñetazo en la quijada del otro; entonces eres el bailado, y ni siquiera el que baila con la más fea. Al principio y al final nadie gana. Aquí es así. Así funcionan los días en la Unidad Habitacional Ejército Constitucionalista, los dominios de la infancia, y desde entonces se aprende a defender el terreno con las habilidades más elementales: un par de puños y una estrategia.

El pasado es una manera de contragolpear el presente
Hace treinta y nueve años, un 23 de agosto de 1973, Rafael Márquez Enríquez y María de la Luz Méndez acudieron a la Unidad de Medicina Familiar Número 28 Gabriel Mancera del Instituto Mexicano del Seguro Social, en la colonia Del Valle. Nadie imagina cuál ni cómo será el futuro de las personas, por lo menos, hasta que ciertos rasgos de carácter comienzan a dibujarse y desnudan de a poco algunas capacidades. El trazo es una línea sin rumbo y el cálculo apenas se antoja geométrico; la misma línea que lo representa funciona como una disposición mental benévola y moral. Que aquel día de otoño en el Distrito Federal el joven apenas nombrado Juan Manuel tenía ya sobre su espalda el peso infinito de la derrota, una primera equis marcada en la frente, mucho menos expresiva que las máscaras utilizadas para cubrir una vergüenza a futuro, fue el impulso que lo orilló a descubrir que existe también una “vergüenza estética”, por decirlo de alguna forma.

El niño que a los ocho años de edad se vio en el centro de la sala de su casa haciendo a un costado el comedor para hacer espacio y así probar lo que era un jab, lo que era un cruzado de izquierda, dando un firmamento a sus piernas cortas para que esa disposición del espacio le diera a él un primer apodo, el “Francotirador”, que ampara la ciencia y el arte del boxeo. Un francotirador representa con fidelidad la precisión. Tiene una sola oportunidad para dar al objetivo. Recibir un disparo bien dirigido tiene una consecuencia fatal, pero única, y es de sobrevivencia, y el boxeo tenía ya en los puños de Juan Manuel a uno de sus mejores prospectos, el joven que a los diecisiete años mudó del recto derecho a la explosividad de la dinamita. Lo era y lo es. Juan Manuel el “Dinamita” Márquez reafirma el acto de autodeterminación de su personalidad en el encordado, explotar después de haber sido dominado, dar la vuelta, caminar hacia atrás, llevar el ritmo de las contiendas. ¿Dije sobrevivencia? ¿Acaso otra persona podría pensar en dejar de hacerlo?

El boxeador no sabe contar historias. Eso lo puedo notar. Le cuesta trabajo esgrimir una serie de verbos distintos para explicar con sus propias palabras y su ritmo lo que es el boxeo. “Qué importa”, me respondo a mí mismo, sé que no le interesa hacerlo porque lo suyo es distinto a lo mío. A veces pienso en las equidades de los triángulos, cada lado es idéntico a otro, cada espacio que se abre y cierra, pero eso no puede ayudarme a salvarme. También pienso si Juan (que sabe de números, es contador público), en el momento en que me mira con fijeza a los ojos, reflexiona sobre el área de combate que ha pisado desde los doce años, desde que su primer entrenador José Luis Lara comenzara a ver en él ciertas habilidades, buena técnica y dedicación; y después Rafael Rojas continuara la labor hasta hacerlo campeón de los Guantes de Oro. La zona de combate en la que han transcurrido los momentos más trágicos y felices de su vida. Juan me dice que no hay instante más doloroso que aquel de saberse física y mentalmente el mejor, y que un par de errores e imprecisiones te lleven del otro lado, con la balanza de la Justicia en tu contra. Lo entiendo.

Al centro de la sala de su nueva casa hay un jaguar disecado que proyecta la fortaleza y velocidad que Márquez guarda debajo de su chamarra negra. Sé le ve que está cansado, necesita dormir. Pero antes, Juan me habló acerca de su disciplina y constancia. La sala, por lo menos con once personas en ella, no daba una atmósfera de comodidad: espacios vacíos, un comedor blanco para más de veinte personas, una puerta corrediza que da al jardín y decenas de bocinas incrustadas en cada esquina de la casa, sin pasar por alto el par de colmillos de marfil que acompañan cada uno de los costados de un sillón rojo. “El boxeo es para mí prácticamente todo; te da alegría y te da tristezas, satisfacciones, es algo excepcional; dicen que el boxeo es una técnica, es el arte de pegar sin que te peguen”, dice Juan, y anota: “hay que ser disciplinados. A diario me levanto a correr a las cuatro de la mañana; es por eso que a esta hora (son las ocho y pico de la noche) el sueño me vence”. Líneas previas hablaba de cargar con el peso infinito de la derrota desde muy joven. Juan Manuel sabe que Javier Durán fue quien inició con esta serie de “vergüenzas”. Lo llamo así porque noto en la mirada de Juan una especie de dolor por recuperar victorias que han sido suyas, una manera de querer regresar al inicio de los tiempos con la carga de la experiencia a cuestas. “Claro que me acuerdo de su nombre, con Durán debuté y qué crees: ¡Ganamos!, pero a él le dieron la pelea”. ¿Cuántas veces no he escuchado esta frase de la boca de Márquez? Por eso veo en él un ciclo como un eterno retorno. En su primera batalla le robaron, en la última que tuvo, también.

Juan Manuel Márquez es un boxeador diferente en muchos aspectos. Principalmente tiene la característica de embellecer el encordado. Tiene cierta aura que ilumina lo que es dentro del ring: un tipo que piensa, que sabe cómo moverse, que escucha su propio ritmo. Hace de los minutos del combate una eternidad, porque el goce de este deporte radica en aprender a mirar su contragolpeo. En perspectiva, Márquez se diferencia de casi todos los boxeadores mexicanos: definidos por su agresividad, marcados por la fuerza que los hace salir desde el primer round a aniquilar a su oponente. El “Dinamita” filtra al espectador una sensación de pureza y perfección en sus combinaciones, me atrevo a decir que entre toda la adrenalina que genera verlo en combate “JuanMa” crea una atmósfera de control total: la bestia que está arriba liándose a golpes toma el poder de las doce cuerdas.



¿Por qué es tan importante para el “Dinamita” esta cuarta pelea contra “Pacman”? Mucho se ha escrito sobre los boxeadores que están en el culmen de su carrera y no saben en qué momento retirarse. Lo vimos hace poco con el fabuloso Erik “El Terrible” Morales. El cuerpo de Juan Manuel está en su mejor momento, él se siente cómodo y tranquilo con la preparación que ha tenido, se siente “fuerte, concentrado, veloz”, como lo expresa; “Pacquiao es muy rápido, su pegada es muy fuerte, pero él no ha aprendido a descifrar mi boxeo”. Y le pregunto: “Juan, ¿ganarás esta cuarta pelea?”. Su movimiento corporal me dice que hay una serie de situaciones que él no puede poner bajo control, sus ojos, sin embargo, apuntan a que existe una esperanza, pero no deja de ser contagioso el escepticismo de Márquez, quien también ya debutó como escritor con el libro Yo sí le gané a Pacquiao, una serie de apuntes y consejos motivacionales. Sé que el azar es una apuesta por todo lo que ha sucedido antes, y es probable que este 8 de diciembre en Las Vegas, Pacquiao meta en problemas al “Dinamita”. Lo que será justo para los aficionados al boxeo será ver una vez más una batalla épica entre dos hombres que se conocen, que se saludan, son cordiales, se abrazan en las conferencias de prensa, se ofrecen regalos… En el fondo, dos atletas tirarán combinaciones para deshacerse uno del otro, pero nada apunta a algo más real que el retiro de Márquez si es derrotado, ya veremos cómo se ajustan las cosas.

Libra x libra
La carrera de un boxeador se construye sobre el dolor. Así como la de Rocky Graziano, así como la de Mancini. Hay boxeadores que reciben terribles golpizas. Les llaman camorreros. A los que se cortan al primer puñetazo les llaman sangrantes. Basta ver una pelea del “Travieso” Arce para saber de qué hablo. Y existen boxeadores finos que hallan en la estrategia un horizonte de posibilidades para vencer a su oponente con inteligencia. De este tipo de boxeadores es Juan Manuel Márquez, quien tiene como virtud la paciencia. Es ya un lugar común decir que es un contra-golpeador, que acecha, que va minando a su rival, que piensa arriba del encordado. Pero, ¿cuál es el dolor mayúsculo de Márquez, ese veneno ruidoso en su corazón? La respuesta está en el apellido que lleva un filipino. Sabemos que la ficción volcaría sus herramientas al ver a Márquez arriba en las tarjetas. Quizá la ficción no se haya equivocado en la tercera pelea entre “Dinamita” y “Pacman”, pero cuando los jueces quieren ver otras cosas simplemente ven otras cosas.


Promocional del documental “Libra por libra”
Como aficionados y seguidores del boxeo también sabemos que hay otros puntos de vista. Hay una premisa: “no es el espectáculo público, ni el combate en sí, sino el periodo de riguroso entrenamiento que conduce a él lo que exige la mayor disciplina”, que me orilla a pensar que el director Rodrigo León (su ópera prima La vida es turbia) y el productor Diego Medellín partieron inconscientemente de ella para filmar el documental Libra x libra: La historia de Juan Manuel Márquez, y que obedece en cierta medida a que “el artista percibe cierta afinidad, aunque oblicua y parcial, con el boxeador profesional en este aspecto del entrenamiento. La fanática subordinación del ser a un destino deseado”. ¿Cuál es ese destino que perfila León? Puede ser el sistemático cultivo del dolor en este deporte que se traza como un proyecto de vida personal. Juan Manuel Márquez es visto por la cámara como un hombre exitoso a pesar de que en sus tarjetas lo único que lo ha podido llevar a alcanzar esa cima es la derrota, que, en sus palabras, define como “un aliciente, las ganas de no dejar las cosas ahí”, el esfuerzo y anhelo de ser persistente día a día, bajo una disciplina ortodoxa, casi militar. Son dos años invertidos en seguir la vida del boxeador mexicano donde se cuenta la historia personal y profesional del “Dinamita”, y donde se toca, con una postura imparcial, la rivalidad que existe arriba del ring con Manny “Pacman” Pacquiao.



Es interesante el perfil que León logra cubrir de “JuanMa”. Libra x libra no frecuenta voces más íntimas, más familiares, que pudieran dar algunas pistas de quién es Juan Manuel Márquez; por supuesto, todo más allá de lo dicho en entrevistas por el mismo boxeador. Sin esta serie de testimonios que ubicarían más al documental como la recuperación de un retrato titánico e inabarcable, León privilegia un contexto mucho más contemporáneo, más inmediato, mediático y veloz: el mundo del boxeador y del boxeo concentrados, así como el tiránico mundo económico de este show nocturno llamado boxeo. Bob Arum es la guía principal que da al espectador una idea mucho clara, pero apenas sugerida, de por qué Márquez no ha derrotado en las tarjetas al “Pacman”, y la voz de Nacho Beristáin puntúa con tonos lúdicos el carácter combativo del entrenador. Libra x libra se olvida del tono cojo y cansado de este deporte que es el del “todo por el todo”, y a costa de lo que sea. Considero que León lo hace porque ve un reto importante al encontrarse con un púgil que es por mucho distinto a todos los demás boxeadores; Márquez sabe que para ganar en el encordado primero hay que ganar en la vida y no al revés.

Resulta curioso que la idea de hacer el documental naciera a partir de la pelea que Márquez hizo en noviembre de 2010 al enfrentar al australiano Michael Katsidis. Esa noche del 28 de noviembre de 2011 Márquez padeció la misma historia: fue derribado en el tercer episodio por un potente gancho de izquierda conectado a su mandíbula. Y nuevamente, como un Lázaro posmoderno, resurgió de lo que parecía ser un rival fácil para el australiano. Así que Katsidis fue noqueado en el noveno asalto. León vio la misma pelea que yo, y encontró en la personalidad de Juan Manuel no sólo a un boxeador sino a un esteta. Una partícula de contemplación que sólo puede verse cuando el ojo percibe los detalles de una batalla.

Con Libra x libra, producida por Diego Medellín, con música de Antonio Tranquilino y fotografía de Ernesto Rosas, el cine mexicano comienza a interesarse y adentrarse de nuevo en el boxeo, que si bien ha tenido presencia con largos y cortos recientes como La Guerrera de Paulina del Paso y Los últimos héroes de la península de José Manuel Cravioto, aún está lejos de explotar las historias y colores que ofrece este deporte, sus personajes, sus gimnasios, su tradición escrita y oral que está detrás de la boca de cada madre que ve a uno de los suyos subir al ring para llevarse unos pesos.

Puede verse que la esencia de la forma es el movimiento
En casa apunto la dirección de mi puño izquierdo contra la gobernadora. Cada disparo es una nueva frustración, intensa; podría ser mejor el impacto, más conciso y claro; su sonido debe viajar y ser más veloz que el golpe previo, como el zumbido que produce un disparo. Cuando apunto mi puño izquierdo contra el círculo blanco resuena en mi cabeza la mecánica concreta de mi cuerpo. En ella están los látigos que luego explotarán contra las cajas torácicas. La gobernadora tiene una confección basada en polipiel y relleno de espuma de alta densidad. La polipiel hace el efecto de que creas que en realidad rompes la quijada de alguien, aunque tu zurda sea tan débil como la de un poeta. En la cabeza los segundos no transcurren, el tiempo no existe. Eres frente a un pedazo de polipiel el ejemplo vil de alguien que posee una filosofía, o peor aún, una religión. El espejo no deja mentir, uno y otro golpe contra el círculo ajusta las cuentas de recibir otro tipo de puñetazos. Sé que el boxeador real los recibe a diario, y que el enclenque imitador apenas sufre una molestia en sus nudillos deja la tarea para el médico. El contacto más físico está aquí y ahora listo para ejercitarse en el allá y el después, en el momento del combate. Son las once de la mañana de un sábado de noviembre. La mecánica concreta de mi cuerpo parece brillar, el sol da de lleno a la habitación donde pulo mi recto de izquierda, la acción y el movimiento natural de mis pies y mi cintura es el epicentro, de eso estoy seguro. Es posible que mi memoria, mientras exista este punto al cual transformar por la fuerza impactada en él, se vea reducida a una contemplación estética de ver hundido mi puño en el perfeccionamiento. ¿Cuántos minutos llevo aquí? ¿En cuántos segundos Márquez acabaría conmigo con una simple combinación suya?

*Este texto se publicó por primera vez en el periódico semanal La Semana de Frente 79. Agradecemos a sus editores el habernos permitido publicarlo en EsquinaBoxeo.com


lunes, 9 de enero de 2012

Pantone 8602.



















Entre la lírica y el desenfado, Rodrigo Castillo quiere dar en el blanco de una nueva sensibilidad poética. Y lo logra, a pesar de ser una tarea titánica no sólo en México, sino en cualquiera de las orillas de la lengua castellana. Nuestro poeta, sin embargo, sabe que ya no estamos en la vanguardia, y que la tentación de lo nuevo no puede ser sino irónica. Nada de grandes proyectos, ni de hacer mundos con una palabra que él mismo, como Rimbaud con la belleza, sienta en sus piernas e injuria hasta el hartazgo. Ahí radica una de las muchas sabidurías de este libro: en advertirnos que lo nuevo será tal sólo si la dicción (y no los temas o el vocabulario) tiene un pathos de distanciamiento que se desplaza libre por muchos registros. Los poemas de Pantone 8602 se distinguen, además, por algo que no tengo más remedio que llamar una velocidad compositiva que corre como un río que sabe que llegará no al mar, sino a una cascada que se disolverá en un abismo. Sinfonía de lo ultra veloz, de lo irrisorio que tiene a veces el negocio poético, pero sin caer en la autodestrucción, este libro de Castillo observa el mundo con una sonrisa, y nos hace tropezar con sus máscaras para arrancárselas a todo y a todos, con una fe, como dice él con frase memorable, que es “la más ardiente” y que “colea entre un escepticismo mamón y la lectura completa de Heidegger.” Bien por él, que escribió estos poemas; bien por nosotros, que podemos leerlos.

Marcelo Pellegrini

miércoles, 23 de febrero de 2011

Narvarte

NOS FUIMOS A NARVARTE A ENCENDER VELADORAS
a los muertos, ritual de noviembre, con fotos de Nietzsche
y dos de tu abuela, llena la mesa de guayaba y mandarina,
dos caballos de tequila e incienso para sahumar una bodega,
término general de lo inmóvil, los ojos de los tuyos,
flor de cempasúchil hasta las esquinas, ahí, escribimos
tu epitafio, lo pusimos en una cartulina,
donde no se viera mala leche, a las buenas
de la temporada, los odios más profundos, cabezas
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::[de pescado
amarradas por los huecos, espacios de lo inútil, fruta y flores,
un mantel con estampas, tamales de dulce.
Tú querías hojas de plátano, hacer un simbolismo,
como si Joyce tuviera incumbencia una jarra de agua fría,
Los muertos, te dije, con esto los atarantamos, sus cerebros,
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::[vaya pues
sus desdichas, y del cuerpo, esos que se fueron incompletos,
(por eso no hay fotos de los míos) sin la mitad del estómago,
sin una pierna, con la espalda llagada, etcétera.

No, mejor abre las cervezas y prende la televisión,
The Wire está empezando, en Baltimore, tú sabes,
también la gente muere.

viernes, 11 de febrero de 2011

Cuestiones estéticas (II)

El sol pega directo al vértice irregular entre Insurgentes y Reforma, formando un nudo de volúmenes unidos bajo la luz. Más anchos resulta imposible definir dónde termina la acera defectuosa, los pasos de los andantes de tercera clase, menos largas las zancadas de quienes discuten tener derecho a cruzar las líneas verdes del pavimento aun cuando los autos aceleran en caravana. Todos son desconocidos y llevan las manos al volante, a veces muy pegadas a la oreja. Los topógrafos cuidan que cada centímetro vaya en el compartimento correcto, asignado al número indicado que responde a la línea del dibujo de los neumáticos, sin pensar en márgenes de error. (Son mártires también del descuido, santos que quisieran echar a andar una visita al campo, rodeado de árboles, un río y aire puro.) Todo esto es muy discutible, sabemos, aunque haya un convoy con cientos de Flauberts ensimismados. Los sabios escuchan boleros, los vanidosos leen a Saramago.

jueves, 10 de febrero de 2011

Cuestiones estéticas (I)

Cada que tomo una calle intento fijar en mi mente sus cuestiones estéticas predominantes. Si un pájaro posado sobre un cable es más que gordo y no vuela por sobrepeso, no sólo me veo en la disyuntiva de aventarle una piedra para que caiga y muera o si debo dejarlo tranquilo esperando a que fallezca de un momento a otro, rematado por los neumáticos del trolebús; no se tiene constancia, por ejemplo, de que un andante se detenga a mirar los cables aéreos atestados de seres emplumados para salvaguardar sus vidas. Pero yo lo hago. Esos alados grisáceos que no pueden consigo mismos tienen el derecho a ser fulminados. Una roca veloz sube hasta chocar contra sus cabezas a más de 50 km por hora. Muerte segura, sea por el golpe de la roca en sus picos o por la caída. Las más de las veces es por la roca; un pájaro que cae de un cable no adquiere una velocidad que le permita estalle su cuerpo contra el pavimento. Sin embargo, sabemos que la física endurece las fibras de la permanencia y que la altura a la que se expone un animal de menos de entre 28 y 40 gramos de peso no dignifica su muerte. El orden clásico visualiza plumas enrojecidas “colgadas de la cesta”, y el pavimento frente a casa será otra vez barrido por el recitador de versos de Góngora, echando aquí y allá chorros de cloro.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Un cuadrangular

Un cuadrangular adquiere sentido cuando las astillas del bate crujen. Los más no saben de lo que hablo. A estos últimos hay que hacerlos calzar un par de spikes (Nike por supuesto) para que aprendan a distinguir entre un turno ofensivo y lo irreversible de un fuerte dolor en las muñecas. La geometría del bate es cilíndrica y cónica, la felicidad que describe la parábola ya-del-otro-lado, es una lección de vida.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Anuario de Poesía Mexicana 2008 Fondo de Cultura Económica



















Vitalidad es la palabra que mejor define a la poética actual.
Así lo considera María Baranda (ciudad de México, 1962), poeta a quien el Fondo de Cultura Económica (FCE) encargó la elaboración del Anuario de Poesía Mexicana 2008. La edición reúne 69 poemas de igual número de autores, publicados durante ese año en algunas de las revistas literarias más importantes del País, como Alforja, Biblioteca de México, Blanco Móvil, Casa del Tiempo, Fractal, La Tempestad, Lenguaraz, Letras Libres, Luvina, Nexos, Punto de Partida, Revista de la Universidad, Textofilia y la desaparecida Oráculo.
Para llevar a cabo su selección, Baranda, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002 por Dylan y Las Ballenas, revisó alrededor de 700 poemas.
Una de mis coordenadas fue buscar poetas que se jugaran el todo por el todo en sus poemas. Como en toda antología, el antologador busca determinadas cosas. Yo buscaba simplemente eso: vitalidad, explica.
Más allá de ceñir su selección a temas o voces concretas, ya fueran estas sencillas y directas, en diálogo con la cotidianidad y sus objetos, o bien experimentales o a la búsqueda de lenguajes determinados, conceptuales o con manejos específicos de tropos, lo que Baranda se propuso encontrar fue la convivencia, el diálogo vital a partir de las más diversas propuestas.
Tuve la fortuna de antologar a muchos autores que no conozco, sobre todo jóvenes que nunca he visto o nunca había leído. Lo que hice fue atenerme a los poemas y no irme por los nombres.
Es así que, aunque se compilan poemas de autores ampliamente reconocidos como José Emilio Pacheco, Alberto Blanco, Elsa Cross, Jorge Fernández Granados, Francisco Hernández, David Huerta, Eduardo Lizalde, Sergio Mondragón, Myriam Moscona y Raúl Renán, también aparecen voces noveles como Rodrigo Castillo, Feli Dávalos, Eliud Delgado, Mijail Lamas, Daniel Wence y Román Luján.
Este último autor, confiesa Baranda, le significó una de las más gratas revelaciones.
La diversidad dentro del anuario es latente, asegura. Inclusive, entre los autores consolidados, seleccionó nombres poco relacionados con la poesía, como el de Fernando del Paso, de quien se incluye Poemas de la niña de la nada más clara.
Me gustó mucho con lo que me quedé, una muestra que creo que es fuerte, que habla por sí sola.
En el anuario, que el FCE publica desde 2004, asoman prácticamente todos los tópicos, desde la nostalgia y la infancia, hasta los grandes temas del amor y la muerte. En conjunto, la obra reunida da cuenta del buen estado de la poesía mexicana actual, resume Baranda.
Estamos viviendo buenos momentos. No sólo tuvimos a una Sor Juana, un López Velarde, un Villaurrutia, un Pellicer, un Octavio Paz, o no sólo tenemos a un Lizalde, un Pacheco, un Segovia, una Cross, un Huerta. También en los jóvenes vemos nuevos asideros, propuestas importantes que no nos ponen en desventaja frente a otros países como Chile o Argentina, que es donde de pronto vemos reforzarse la poesía latinoamericana.
Entre los autores reunidos en el anuario, procedentes de diversos estados de la República, o incluso nacidos en otros países pero radicados en México, también figuran Luis Jorge Boone, Carmen Boullosa, Antonio del Toro, Luis Felipe Fabre, Malva Flores, Fabio Morábito, Andrés Ramírez, Sergio Ernesto Ríos, Max Rojas, José Eugenio Sánchez, Julio Eutiquio Sarabia, Alejandro Tarrab, Julio Trujillo, Marcelo Uribe y Ludwig Zeller.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuando compro libros en la Castellanos

Como nadie me regala libros, tengo que ir a comprarlos. Una de las maravillosas y pocas cosas que me hacen saltar de la cama, a parte del trabajo, por supuesto, aunque éste no es tan maravilloso, es pensar que me espera la Chayito Castellanos con sus hermosas mujeres de la Condesa y sus estúpidos perros que ladran cuando intento cruzar la acera para verlas más de cerca. Decía que como nadie me regala libros, tengo que levantarme con una lista imaginaria en la cabeza, esa que tenía la noche anterior cuando hacía anotaciones sobre las orillas del libro en turno, pero como siempre, mi falta de disciplina académica y mi total fracaso en la universidad, me trastabillan. La lista es infumable. No por mala sino porque me es imposible juntar tanto varo para comprar, por lo menos, cuatro libros que en bullicio espero leer. La última ocasión que me lanzé a la Castellanos, tuve que aventarme el típico volado para decidir por un solo volumen. Antes, la argentina que estaba sentada tomándose un café y apretando como desquiciada los botones de su Mac, llamó mi atención. Lo machín es que ahí adentro no hay perros que ladren, más que los tiras de la entrada que siempre que salgo me echan mirada extrapoliciaca. No sé, posiblemente piensen que me chingo libros. Pero esa fue en otra etapa de mi vida. Ahora, por más que intente salir por piernas, mi condición física me traiciona. La argentinota con sus muslos enormes y su falda debajo de la rodilla. Qué elegancia. Aunque supongo que debe de ser una de esas extranjeras que en su país era pobre y de pronto, al pisar México, un empresario carroñero la apañó y le dio su correspondiente título nobiliario. O la otra es, como me dice Mauricio Salvador, que puede ser la típica editora guapa, güera, egresada de la Facultad y de letras inglesas, ahi nomás, que todos los cuentistas describen en sus narraciones. Mientras busco en los libreros aprovecho para echarle otro repasón a la -imaginariamente- recién nacionalizada. "Puta madre", me digo,  "demasiado tarde..." Y echo volado. Como es obvio, la moneda cae con la cara en águila, que es la que pide me lleve el libro más caro, así que ni la suerte me da chance de comprarme una edición de Trotta de setecientos pesos. Sólo traía en mi cartera quinientos y en monedas unos quince o dieciséis. La neta, las obras completas de Georg Trakl ya me habían tentado y pagué la fabulosa cantidad de cuatrocientos sesenta y ocho pesos por el libro. Así que de mis quinientos quince (o dieciséis) pesos sólo me quedaron cuarenta y ocho, dinero que utilicé en la gasolina del coche.

Malditos, malditos todos



La bola número 8 del Billar de Lucrecia ya está circulando. Selección y prólogo de Mónica de la Torre y Cristián Gómez O. Malditos latinos, Malditos sudacas. Poesía Iberoamericana Made in USA puede conseguirse desde ya en Educal y las librerías del FCE.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Un caído (y muerto) en el XXVII Maratón Internacional de la Ciudad de México Telcel



















Era de esperarse, en un país tan plural como el nuestro, en el que el deporte figura como una de las prácticas más socorridas —comparado con el consumo de metanfetaminas, cocaína y marihuana, y las cientos de cabezas cortadas por ajustes de cuentas— que los "colados" (o "piratas" o "espontáneos", como bien lo dijo un diario de circulación nacional) participaran "ilegalmente" en el XXVII Maratón Internacional de la Ciudad de México Telcel este domingo 27 de septiembre; nomás que eso sí, para los que no se registraron, y si por x o y circunstancias sufrieron una caída, un desmayo o hasta la mismísima muerte, el seguro y el Instituto del Deporte del Distrito Federal no pudieron darles cobertura, al menos eso es lo que puede leerse en la página del diario El Universal on line. Con esto, Armando Martínez Hernández, de entre 30 y 35 años de edad, muerto en el kilómetro 42 (qué injusticia y paradoja, a unos pasos de cruzar la línea de meta) posiblemente falleció por necrosis isquémica, popularmente y mejor conocida como infarto agudo de miocardio.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Mínima nota sobre Antología poética: Pena y Muerte de la Red de poetas salvajes















Acabo de recibir el libro en PDF enviado por la Red de poetas salvajes, Antología poética: Pena y Muerte, compuesto por la escritura de doce poemas y un apéndice "Ensayo sobre la Libertad" [G. Arroyo Jiménez], con ilustraciones de Manuel Meléndez, que busca ser, en palabras de Daniel Malpica, una "PROTESTA ante la gran faramalla que es el Proceso Electoral de nuestro país", y con ésta combatir el interminable discurso político (más retórico que reaccionario, más sumido en su propia contemplación como un Narciso narcotizado), que hemos vivido en los últimos meses. Ante una sociedad en descontrol, un país en crisis económica y con una clase política corrupta e insensible, sumando a todo esto el poder de los medios de comunicación para ejercer control, este libro pretende "restablecer" un diálogo entre sus participantes y sus lectores, entre los ciudadanos de a pie quienes son destinatarios de esa "carencia de ética de [en]  los partidos políticos", como escribe Malpica. Me centraré sólo en los poemas. Hablar del proceso de edición del libro y de las ilustraciones me llevaría a un lugar muy cómodo.
   Señuelos para identificar una patria que como un puzzle armado ha sido arrojado al suelo, los poemas contenidos en la antología refrendan el carácter de un discurso paupérrimo de las instituciones mexicanas, que a lo largo de más de setenta años no han cambiado en lo mínimo su modus operandi, ni ante la crisis de un Estado mexicano envuelto en demagogia por sus tiempos violentos ni ante el impulso creativo de sectores que consignan los usos y costumbres de aquel. Crisis de un Estado que revienta como exaltación de la hipermodernidad ("sé quien ordenó nuestra muerte he visto sus huellas en la alborada") [J.M. Serrano]; cotidianidad y hartazgo ("Llego tarde a casa me preparo un café prendo un cigarro llego a mi recámara enciando la/ tele y no la veo/ Me pongo a leer sentado en la cama sin hacer caso al ruido de la/ tele") [E. de Gortari] y ("soy una cera más/ en la penumbra de las promesas políticas") [U. López]; de los espacios opuestos entre los límites del lenguaje y su reacción ante la realidad ("...la captación formal de la realidad, nunca es más de lo que puede ser".) [V. Ibarra] y ("Instinto verbal que indaga") [G. Padilla]; de los infalibles usos y recursos de la Historia ("...los poetas subirán a los techos de los edificios/ en procesión incierta a mundos tangentes/ en los que lo posmoderno se quedará en un laberinto marchito.) [K. Avendaño]; de la fábula ("Recuerdo cuando era exterminador de insectos, y de repente, una revelación me partió la cabeza [...] lo primero que hice fue arrodillarme y darle un beso a una cucaracha") [N. Granada] refiriéndose si no mal entiendo al Niño verde; de la imagen como recurso de evasión ("El buey dobla las patas sobre el barro./ Comienza a llover y resbala:/ un sonido muerto se despeña".) [C. J. Morales R.] y ("espectador/ pirotécnico/ y calvario/ lo que se/ derrama en las/ trincheras") [J. Molina]; de la conciliación con un mundo que es marcado por la escritura y que, a efectos de ésta, "el futuro es visor y poema [...] el futuro es poema invadido por la injusticia" [Y. Melchy]; del discurso del miedo a la enfermedad ("-somos presos del miedo que fluye por las venas de un marrano-/ corre embrutecido en el vaivén de las personas") [M. Menéndez]; y de la destreza para cercenar y acumular seseras como trofeos, para implantar, como escribe Sergio González Rodríguez en su libro El hombre sin cabeza, la era del dios Pan ("Al que verduga, Dios le ayuda./ No hagas chistes maliciosos"). [A. Past].
   Antología poética: Pena y Muerte es muestra de que la escritura como arma de la sociedad, de la libertad como acto de expresión, combate desde las trincheras menos insospechadas al sistema y sus instituciones, sin ser precisamente un panfleto, en una época donde los apoyos a la comunidad artística (becas y premios) son el común denominador; desde el enojo e impulso de un grupo de jóvenes poetas preocupados y ocupados en no autotrasnocharse. 

revista Tierra Adentro 159



















Aunque tarde su salida a aparadores, la revista Tierra Adentro 159 enfoca sus páginas a la celebración de la narrativa de Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939), con motivo de los 70 años de su nacimiento. El portafolios lo arman: José María Espinasa, quien habla acerca del camino editorial de Jesús Gardea; una entrevista con Iván Gardea, artista plástico e hijo del narrador chihuahuense, y cuatro textos de cuatro jóvenes escritores. Se suman al número las crónicas de las ciudades invisibles, escritas desde distintos puntos geográficos del país, y una conversación con el también narrador chihuahuense Daniel Sada. Es notable la portada del número, trabajo de los artistas jalisciences Diego Aguirre y Bicho Padilla Domene, hecho a partir de una fotografía y una hoja de árbol, con barniz uv a registro en primera y cuarta de forros. La parte visual la conforman "La parcela más visible del mundo" del artista Omar Gámez; el trabajo de Alejandra Odriozola y Kanek Gutiérrez. Lléguenle.

viernes, 25 de septiembre de 2009

en Luvina, reseña de [D] de Jorge Solís Arenazas. Bonobos. Colección Reino de nadie



















En la sección Páramo, de la revista Luvina, en su publicación de Otoño, una reseña que habla del libro [D], del poeta y ensayista Jorge Solís Arenazas (ciudad de México, 1982).

















Acá la revista Punto de Partida. Poemas de Nimbo, próximo libro y Segundo lugar Concurso 40 de la revista homónima.

Bola 13. Pájaros que se posan sobre una antena



















Ya llegó, ya está aquí, en la ciudad de México esperando sus lectores, fans de Lobov, de la poesía puesta en las antenas, entre las patas de los pájaros y el metal transmisor.
Bola 13. Nomás nos faltan 3 libritos más del Billar. La bola 8 entra al último.