lunes, 9 de enero de 2012

Pantone 8602.



















Entre la lírica y el desenfado, Rodrigo Castillo quiere dar en el blanco de una nueva sensibilidad poética. Y lo logra, a pesar de ser una tarea titánica no sólo en México, sino en cualquiera de las orillas de la lengua castellana. Nuestro poeta, sin embargo, sabe que ya no estamos en la vanguardia, y que la tentación de lo nuevo no puede ser sino irónica. Nada de grandes proyectos, ni de hacer mundos con una palabra que él mismo, como Rimbaud con la belleza, sienta en sus piernas e injuria hasta el hartazgo. Ahí radica una de las muchas sabidurías de este libro: en advertirnos que lo nuevo será tal sólo si la dicción (y no los temas o el vocabulario) tiene un pathos de distanciamiento que se desplaza libre por muchos registros. Los poemas de Pantone 8602 se distinguen, además, por algo que no tengo más remedio que llamar una velocidad compositiva que corre como un río que sabe que llegará no al mar, sino a una cascada que se disolverá en un abismo. Sinfonía de lo ultra veloz, de lo irrisorio que tiene a veces el negocio poético, pero sin caer en la autodestrucción, este libro de Castillo observa el mundo con una sonrisa, y nos hace tropezar con sus máscaras para arrancárselas a todo y a todos, con una fe, como dice él con frase memorable, que es “la más ardiente” y que “colea entre un escepticismo mamón y la lectura completa de Heidegger.” Bien por él, que escribió estos poemas; bien por nosotros, que podemos leerlos.

Marcelo Pellegrini