jueves, 10 de febrero de 2011

Cuestiones estéticas (I)

Cada que tomo una calle intento fijar en mi mente sus cuestiones estéticas predominantes. Si un pájaro posado sobre un cable es más que gordo y no vuela por sobrepeso, no sólo me veo en la disyuntiva de aventarle una piedra para que caiga y muera o si debo dejarlo tranquilo esperando a que fallezca de un momento a otro, rematado por los neumáticos del trolebús; no se tiene constancia, por ejemplo, de que un andante se detenga a mirar los cables aéreos atestados de seres emplumados para salvaguardar sus vidas. Pero yo lo hago. Esos alados grisáceos que no pueden consigo mismos tienen el derecho a ser fulminados. Una roca veloz sube hasta chocar contra sus cabezas a más de 50 km por hora. Muerte segura, sea por el golpe de la roca en sus picos o por la caída. Las más de las veces es por la roca; un pájaro que cae de un cable no adquiere una velocidad que le permita estalle su cuerpo contra el pavimento. Sin embargo, sabemos que la física endurece las fibras de la permanencia y que la altura a la que se expone un animal de menos de entre 28 y 40 gramos de peso no dignifica su muerte. El orden clásico visualiza plumas enrojecidas “colgadas de la cesta”, y el pavimento frente a casa será otra vez barrido por el recitador de versos de Góngora, echando aquí y allá chorros de cloro.